miércoles, 15 de septiembre de 2010

Silvia, la Pastelera, y las vacaciones en Villa Gesell



Las almejas ya no sirven!

Tenía 18 años, habíamos ido para carnavales con mis tíos a Villa Gesell, fuimos sin tener hospedaje, una locura, todo lleno, recorríamos calles y hospedaje no se encontraba.
De repente una familia italiana que tenía unas casitas, tenían una libre porque sus familiares no llegaron. Entonces, como buen tano, a alquilarla se dijo, de la nada salió este hombre, "Ustedes no tienen hospedaje, por Dío, yo tengo, vengan". Era una casita pequeña para cinco personas, éramos ocho, pero tiramos unos colchones, unos catres, todo sea para vivir ese lindo fin de semana de carnaval. Todos los días a caminar por la playa, llevábamos a cuesta dos panes cremona, tres docenas de facturas, y eso era para empezar.
Después recuerdo los terribles almuerzos, dos kilos de milanesas cortadas con máquina de fiambre, las cajas de ravioles, tío Jorge calculaba una caja y media por persona, contando a mis primos chiquitos. Cuando caminábamos por el centro vimos una casa de chocolates con los de Bariloche en barras, compraron de todos los tipos y formas, es un horror pensarlo ahora pero qué delicia en aquél momento...
Llegado el día anterior de partir mi tía decide juntar almejas en la playa, que ella y mamá solían comer, puaj, ver abrirlas, lavarlas, yo paso...
Fuimos caminando por toda la línea de la costa, kilómetro tras kilómetro, mi hermanito y mis primos quedaron con mamá, el safari lo hicimos mis tíos, papá y yo. Ellos llevaban una lona, una pala de puntear, más dos palas chicas.
Caminamos hasta morir, yo quemada, roja como un camarón, no teníamos piel cobre sino blanco lechoso horrible...
Pocito, pocito y recontra pocito sacábamos las almejas poniéndolas en la lona, también berberechos. Nunca ví tantas, creo que contabilizamos 400 o 700. Cuando volvimos mi mamá estaba asustada porque habían pasado horas. Lo divertido fue dormir con tanto bicharraco, hacían ruido porque estaban vivos, todavía siento crac crac crac...
Después empezaron los preparativos para ver cómo las llevábamos, fue divertido verlos discutir, mamá decía de ponerles agua de mar pero la tía, dura, decía "Ma, no, poneles agua de la canilla", y así se hizo.
Nos fuimos con los autos llenos de esos bicharracos y una estela de olor a podrido, tuvimos que parar para sacarles el agua, pero al no tener agua muchos se murieron.
Luego la tía decide cocinarlas muchísimo tiempo, mamá decía que no tanto porque se endurecen pero, dura, la tía...
Así quedaron envasadas y parecían chicles, gustosas pero durísimas.
Todavía recuerdo el ruido de tantas almejas dentro de la casa y el olor a podrido en la ruta...
Al año siguiente hubo escasez de almejas, claro, si nos las llevamos todas! Se deben sacar, dejar en su misma agua y apenas se blanquean al hervir se envasan al escabeche, fue así como las hizo mi mamá al año siguiente en algunos pocos frascos...

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